Abrimos una nueva sección donde las experiencias que quieras compartir cobran vida en relatos anónimos que inspiran, conmueven y dan voz a lo que muchas sentimos. ¿Lista para leer el primer relato?
Mariana miraba su reflejo en el espejo del baño. No podía evitar la sensación de estar ajena a su propio cuerpo.
No recordaba la última vez que tuvo la sensación de sentirse realmente cómoda con su propia imagen, de mirarse en el espejo y reconocerse como ella misma.
Las arrugas en su rostro, las estrías en su abdomen, pruebas de que ya no era la mujer que había sido años atrás.
Había dejado de preocuparse por el paso del tiempo, pero hoy, al observarse desnuda sintió como si hubieran pasado años en las últimas horas.
El dolor durante el sexo había comenzado a ser una constante, era incuestionable. La menopausia no era solo la ausencia de la menstruación, era una oleada de incomodidad que no la dejaba vivir en paz. Sus músculos se tensaban, la lubricación era escasa y, cuando intentaba entregarse a él, la sensación de dolor le cerraba la garganta. Había intentado esconderlo, sonreír como si todo estuviera bien, pero cada vez que Gabriel la miraba con esos ojos llenos de deseo, ella sentía que él podía ver la grieta invisible que se abría en su interior.
Desde su divorcio y con la llegada de la menopausia Mariana había perdido la libido, y desde luego cualquier interés por el sexo, excepto a solas y en la intimidad de su refugio. Pensar en relaciones, aventuras o simplemente coqueteos con desconocidos le resultaba simplemente una montaña imposible de escalar, tan alta y empinada que desde la propia base y mirando a lo alto la urgencia de renuncia era incuestionable.
Focalizada en su trabajo, contenta de su desarrollo profesional, con una más que aceptable calidad de vida, solo luchaba por defender su soledad, minimizar los riesgos que ya tuvo que sufrir en su anterior matrimonio, y rodearse de gente fiel y fiable, con quienes no tuviese dudas, que no le generarán inquietud y dudas, la desconfianza en todo tras el divorcio le pesaba como una losa.
Gabriel, era uno de sus fieles amigos, compañero de trabajo, amigo desde hace tanto tiempo que ya no merecía la pena datar el comienzo. También divorciado, también solo, también dedicado al trabajo como sustento vital y psicológico, como justificación vital a falta de una vida familiar.
Sin darse cuenta empezaron a hacer planes juntos, era cómodo y muy útil tener a alguien de confianza para hacer planes a los que viviendo solos jamás se hubieran apuntado ninguno de los dos, y de repente surge la chispa, ¿amor?, ¿deseo?, desde luego algo más allá de la amistad.
—Es viernes, ya es tarde, ¿tomamos algo? —preguntó Gabriel, sonriendo, mientras se colocaba la chaqueta.
—Vale, pero sin enrollarnos mucho, estoy cansada. — Mariana sonrió, pero esta vez la mirada de ambos se mantuvo un segundo más de lo habitual.
Mientras caminaban hacia el bar, Gabriel, intentando romper la tensión, comentó:
—Nunca imaginé que después de nuestros largos y venerados matrimonios acabaríamos tú y yo tomando cervezas un viernes después del trabajo para evitar ir a casa demasiado pronto.
—Sí, bueno, no nos ganaríamos la vida como consejeros matrimoniales… —rió Mariana—. Pero bueno, al menos sobrevivimos a nuestros ex, ¿no?
Llegados al bar, quedaron en silencio, pensativos.
—¿Te incomoda que estemos aquí, solos tú y yo? —preguntó Gabriel, desviando la vista mientras daba un trago a su cerveza—. No quiero que pienses que te estoy… no sé, "robando" tus fines de semana.
Mariana lo miró con ojos serios, pero una sonrisa se dibujaba en sus labios.
—Gabriel, si eso fuera así, créeme que ya te habría dado una excusa para no venir. Al contrario… contigo las cosas son fáciles. No tengo que fingir, no tengo que intentar ser algo que no soy.
Gabriel asintió, sintiendo cómo la sinceridad de Mariana le calaba hondo. Se armó de valor y dijo:
—¿Sabes? A veces pienso que… esto que hacemos, estas salidas, no es solo para evitar la soledad.
Mariana lo miró, sorprendida, pero no se apartó. Al contrario, sostuvo su mirada y, por primera vez, dejó entrever la chispa que también sentía.
—¿Y para lo hacemos entonces? —preguntó, con voz trémula y un tono de nerviosismo y duda en la voz.
Él se encogió de hombros, intentando ocultar su nerviosismo, tardo en contestar, dudo unos interminables segundos.
—No sé… puede que sea para descubrir… si tal vez… somos algo más que compañeros de oficina y "cómplices de divorcio".
Desde entonces él, con su risa fácil y sus ojos cálidos, le había mostrado otra vez lo que era ser deseada, apreciada. Ocurrió en una noche tranquila, tras otra salida en la que las risas y las confidencias los llevaron a sentirse cada vez más cerca, Mariana y Gabriel se acabaron la noche solos en su apartamento, mirándose con esa mezcla de nerviosismo y curiosidad que surge cuando algo cambia.
Una caricia en la mejilla se convierte en un abrazo cálido, en el que ambos sienten cómo sus corazones laten al mismo ritmo. La risa nerviosa se convierte en un silencio lleno de electricidad. Mariana, consciente de que está cruzando una línea que siempre habían mantenido, lo mira, como si pidiera su confirmación de que esto está bien. Gabriel asiente, dibujando una sonrisa suave.
Sus labios se encuentran, y aunque al principio el beso es tímido, pronto se convierte en algo más profundo, cargado de años de complicidad y de sentimientos no dichos. Las manos de Gabriel recorren la espalda de Mariana con una ternura que desarma cualquier duda, mientras ella se aferra a él, sintiéndose segura y deseada.
Los besos se vuelven más urgentes y, entre risas y miradas, ambos comienzan a descubrirse de una manera diferente a todas las noches que habían compartido antes. No hay prisa, solo el deseo de hacer de ese momento algo especial, de respetar la conexión que siempre los ha unido. Cada movimiento es una mezcla de deseo y cariño, de asombro al descubrir al otro desde una intimidad que nunca imaginaron compartir.
A medida que avanzan, se cuidan mutuamente, manteniéndose atentos a cada gesto, a cada suspiro, asegurándose de que cada parte de esta nueva experiencia sea compartida. La primera vez entre ellos no es perfecta ni apresurada, pero sí llena en la emoción, pero muy diferente en la experiencia. Mariana sentía dolor al hacer el amor, trataba de no pensar en ello, luchaba por hacer que Gabriel no lo notase, pero era imposible, algo dentro de ella se cerraba.
Paso más veces, no era casualidad. ¿Cómo decirle que cada vez que intentaba estar con él, su cuerpo se rebelaba? Pensó en hablar, en decirle lo que realmente sentía, pero las palabras se quedaban atascadas. Se sentía tonta, como si estuviera siendo dramática, como si simplemente tuviera que aceptar los cambios que le traía la edad y seguir adelante. Pero no podía. No podía ignorar cómo su cuerpo le decía, en cada encuentro, que ya no era la misma.
Entonces, esa noche, después de la cena, mientras Gabriel le acariciaba el hombro, ella cerró los ojos, tratando de calmarse. El roce de su piel la hacía sentir más viva que nunca, pero también más vulnerable. Decidió, finalmente, hablar.
—Gabriel —dijo con voz temblorosa—, hay algo de lo que quiero hablar contigo… Algo que he estado callando.
Él la miró con esa atención tan profunda que hizo que su corazón latiera más rápido. No la interrumpió. Solo la miró, esperando.
—Es sobre… mi cuerpo. Mi cuerpo está cambiando, y no sé cómo decirlo sin que suene… raro. La menopausia está haciéndome sentir… no sé, desconectada de mí misma. Y hay momentos en los que… —hizo una pausa, buscando las palabras—. Hay momentos en los que me duele cuando estamos juntos. Y no sé si tú…
Gabriel mirándola con comprensión y tomando su mano le dijo:
—¿Por qué no me lo dijiste antes? No tienes que pasar por eso sola, quiero estar a tu lado.
—Lo sé, lo sé, pero es algo que me da vergüenza. Creo que es la edad, y el estrés, y, bueno… algo que tiene que ver con la menopausia también. A veces tengo sequedad o sensibilidad, y cuando estamos juntos, me cuesta un poco disfrutarlo sin sentir incomodidad.
—No tienes que sentir vergüenza por eso. Enséñame a hacerlo más fácil, dime que necesitas para que funcione, cuenta conmigo.
Ella lo miró, sorprendida. Le costaba creer que alguien pudiera ser tan comprensivo. No juzgó, no pensó, solo salió de ella una ternura que le arrancó una lágrima. Por primera vez en mucho tiempo, Mariana sintió que tal vez no tenía que luchar contra su cuerpo ni contra sus temores. Tal vez, solo tal vez, podía ser suficiente tal como era.
Y entonces, en un susurro casi imperceptible, él añadió:
—Podemos encontrar una manera de disfrutar lo que tenemos, sin prisas, sin expectativas. Lo importante es que estemos juntos.
Mariana sintió una paz que no esperaba. No tenía todas las respuestas, pero por primera vez en semanas, comenzó a creer que tal vez el amor no dependía de ser perfecta, sino de ser honesta. Y con Gabriel, tal vez, eso sería suficiente.
¡La estamos esperando!. Envíanosla como texto o audio a hola@womanhood.com